Presiento, con lo que sucede en la actualidad en todo el mundo, que la próxima guerra se avecina. Los tigres y las aguilas afilan sus garras al acercarse la noche, prparandose para el momento en que el señor absoluto, el que tiene ese hermoso brillo dorado en su sonrisa, se vea amenazado y de la orden para que comienze la función.
Muerte, hambre, odio, caos, destrucción; gritos que no pueden ser oidos;lágrimas que se pierden por ríos de sangre hasta caer en el más profundo abismo de la desesperación del corazón humano.
Todo un show para quien se encuentra sentado en la apabullante comodidad que produce sentarse en el mueble de la indiferencia, nada más que nada más que viendo la tv, nada más, sin preguntarse nada sobre el mundo, nisiquiera nada sobre sí mismo.
Como si esa realidad que llega por el cable y el enchufe pegado en la pared, para luego proyectarse en imagenes y sonidos que van al cerebro, pero no al corazón, no fuera consigo.
Como si al estar encerrado en la burbuja de la indiferencia, el mundo se olvídara de tí, se olvídara de darte la bienvenida al infierno con un puño en la cara; aún en esos días en que ese extraña voz que se llama conciencia, te consuela y te dice: Tránquilo nene, tránquilo, todo está bien y va a mejorar... aún en esos días.
Y entonces te dices a tí mismo, y le dices a tus amigos, que para cuando todo explote y llegue el tan susodicho fin apocalíptico, ya no estarás aquí. Actitud degradante y que no merece ser más que despreciada, pues tú, que te haces llamar ser humano, que razona y que tiene sentimientos, eres tan culpable como la gran bestía que arroja lo peor del hombre contra sí mismo.
Y esque en un mundo sin amor, en el que la esperanza se desvanece cual atardecer frio en la montaña, no cabe más que citar a Luciano de Crescenzo cuando dice que: "todos y cada uno de nosotros somos angeles con una sola ala. Y unicámente podemos volar abrazándonos los unos a los otros".
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